Las 500 Millas de Indianápolis son toda una leyenda en el mundo del automovilismo. Es la carrera más famosa y también la mejor pagada, además de una de las más rápidas; a pesar de las limitaciones impuestas a los coches, se alcanzan medias superiores a los 350 km/h por vuelta para conquistar la pole position y los ganadores rozan medias de 300 km/h.
Aunque el mítico circuito norteamericano tiene una capacidad para 375.000 espectadores, la afluencia de aficionados es tal que las entradas deben resolverse de un año para otro.
Gentelmen, start yours engines. La frase de ritual es escachada en un silencio religioso por los 375.000 espectadores que el ultimo domingo de mayo (hasta 1973 el 30 de mayo, el Memorial Day) abarrotan Indianápolis, y señala el inicio de las 500 Millas, la carrera más importante y, también, más peligrosa de la historia.
La gran historia de las 500 Millas comenzó en 1911, casi por casualidad. La pista de Indianápolis, uno de los primeros circuitos permanentes de automóviles, había sido construida dos años antes. Sus promotores pensaron que, al igual que sucedía con las carreras de caballos, el publico acabaría apostando en las carreras de automóviles. Pero las primeras manifestaciones no fueron un éxito y se decidió organizar una carrera única, sobre 500 millas, doscientos vueltas al circuito, algo más de 800 km.
Ray Hurroun, sobre un Marmon, fue el ganador de aquella primera edición, consiguiendo una velocidad media de 120 km/h. Siguieron unos años de hegemonía europea, hasta que Gaston Chevrolet impuso de nuevo la superioridad estadounidense.
Los europeos no volvieron a dominar la prueba en muchos años. Indianápolis requería una forma diferente de correr y preparar los coches, con cambios en las suspensiones y reparto de masas asimétrico, ya que las curvas son todas a la izquierda y casi iguales… a pesar de que los pilotos expertos encuentran grandes diferencias entre ellas, aunque sólo sea debido a la acción del viento.
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